domingo, 5 de septiembre de 2010

Espíritus.


No era necesaria una bola de cristal para ver los espíritus en torno a él. Todos le observábamos y comentábamos, casi se podría decir que le habíamos cogido cariño. Una noche tranquila decidí darle un poco de conversación, no recordaba que hubiera tenido muchas visitas y así me mantendría entretenida un rato. Se llamaba Juan y tenía 78 años. Había sido abogado en uno de los mejores bufetes de Barcelona. Había viajado por todo el mundo, había pisado desde los barrios más pobres de china hasta lo mejores restaurantes de nueva york. No se quejaba de su vida, todo lo que había querido lo había podido conseguir, su esfuerzo lo había hecho posible. A los 75 años se truncó todo un poco. Le descubrieron un cáncer de pulmón que le consumió poco a poco. De repente sonó mi busca. Había una urgencia y me necesitaban. Dejé la conversación aparcada y salí corriendo.
Volví a los dos días para continuar con nuestra conversación. Juan estaba sentado al lado de la ventana. Traje café y me senté a su lado.
-          Cuéntame mas sobre tu vida- Le dije
-          Sobre mi vida queda poco por decir, he vivido mucho, pero no tengo mucho que lo demuestre- contestó amablemente.
-          ¿Qué hay sobre su familia?- Le pregunté.
-          Nunca llegué a formar una familia- respondió.
-          ¿Por algún motivo en especial?
-          No encontré una mujer que encajara en mi vida. O quizás no quise que ninguna encajara… - Respondió mirando a través de cristal.
-          ¿Por qué dice eso Juan?
-          Era feliz con mi vida, pero tuve miedo de tenerlo todo. Eché a todo el mundo de mi alrededor porque creía que así sería más feliz. No teniendo ataduras. – Su voz iba perdiendo fuerza tras cada palabra
-          A veces es la mejor opción, no le haces daño a nadie y puedes vivir sin preocuparte por ello. Aun así estoy segura de que alguien piensa siempre en usted- Respondí intentando subir su ánimo.
-          ¿Qué opinas sobre la muerte?- Su expresión había cambiado. Me miraba temeroso.
-          Que ante ella todos somos iguales.
-          ¿No le tienes miedo?
-          Creo que quien hace lo que debe en su vida no teme a la muerte.
-          ¿Crees que yo debiera temerla?- Su mirada estaba clavada en mi.
-          ¿Cree que vale la pena temerla?- respondí.
Permaneció callado mirando a través del cristal. Me comentó que tenía frio y quería descansar. Le ayudé a tumbarse y me fui. Notaba como los espíritus le rondaban, es una sensación extraña pero cuando trabajas en un hospital lo notas. Sabía que lo nuestro había sido una despedida, aunque siempre esperas equivocarte. Al día siguiente nada más llegar fui a verle. Efectivamente no estaba. Pregunté a las enfermeras y me lo confirmaron. Entré en su cuarto y encima de su mesita había algo, era una carta a mi nombre. La abrí sentada en la misma silla donde el día anterior nos cuestionábamos la vida. Constaba solo de dos líneas. “Querida Ana no sigas mi ejemplo. Ama sin reglas, vive sin ellas. Créeme, la vida cuanto más vacía, mas pesa.