martes, 27 de abril de 2010

Cicatrices.


-         ¿Por qué a veces aun me duele?
-          Porque la herida fue muy profunda.
-          Pero hace ya años que cicatrizó.
-          A veces, hasta las cicatrices duelen.
-          No creo que vuelva a hacerlo nunca.
-          ¿Por qué? ¿Por qué una vez saliera mal?
-          No quiero volver a herirme..
-          Ya pero no siempre ante un experimento obtienes el mismo resultado.
-          Prefiero no probarlo. Puede volver a salir mal.
-          No lo sabrás sino lo pruebas. La diferencia es que esta vez puede salir bien.
Observaban el cielo azul, tiradas sobre la hierba húmeda de primera hora de la mañana.

lunes, 26 de abril de 2010

Se perdió el fin del mundo.

Se perdió el fin del mundo. ¿Cómo era posible que no se hubiera dado cuenta? no paraba de darle vueltas mientras caminaba junto a millones de personas hacia lo que denominaron “su destino”. No lo entendía, ella tenía muchas cosas por hacer en vida ¿cómo se había acabado ya? Y lo más importante ¡Sin que ella se diera cuenta!. Todo había transcurrido como un día normal. Levantarse, ducharse, preparar el desayuno, a pesar de que aquella mañana no funcionaba la electricidad y se tuvo que preparar la tostada con un mechero, bajar desde un quinto piso deslizándose por la barandilla porque los escalones habían desaparecido, ir a la universidad… La verdad es, que de no ser por los árboles en llamas caídos en medio de la acera y la gente gritando ¡apocalipsis! era una mañana bastante buena y apenas había tráfico.
Llegó a la universidad y ese día tan solo un profesor había acudido a clase, rezaba por sus almas o algo así, pero ella solo estaba atenta en coger apuntes. ¡ESPERA! Su profesor de anatomía no había ido a clase, como no lo había visto antes ¡Dijo el primer día que a no ser que se acabara el mundo siempre acudiría a clase! Y además ella había perdido toda la tarde en la biblioteca… Había desperdiciado su último día de vida en la biblioteca. No se había despedido de nadie, ¿Qué pensarían sus padres?...
Tan absorta estaba en sus pensamientos que no se había dado cuenta de que la cola había avanzado y se hallaba a tan solo unos metros de tener que tomar una decisión.

- ¿Qué ha decidido?
- Hola disculpe, ¿quién es usted?
- No ve que no hay tiempo para presentaciones ¿Qué ha decidido?
- ¿Decidido de qué?
- ¿No leyó los panfletos que enviamos a la tierra?
- No tengo ni idea de que me habla.
- ¿No ha leído los carteles?
- ¿Qué carteles?- respondí enfadada. No sabía quién era ese señor ni qué clase de decisión esperaba que tomase.
- Los que había de camino –respondió de mala gana.
- No, la verdad es que no, le importaría explicármelos.
- ¿No ve la cola que está usted formando?
- Ya, pero se trata de mi destino. Hágame un resumen.
- Opción A: irse al cielo, pasarse el día de blanco tocando el arpa pero, con el pequeño inconveniente de tener que hacer visitas a modo de ángel a lo que hasta hoy se consideraba la tierra para intentar convencer a las almas errantes que quedan por allí de que deben morir. Opción B: ir al infierno, hace calorcillo, montan unas fiestas de impresión pero, de vez en cuando, hay flagelaciones, torturas… ese tipo de cosas que tanto le gustan al Señor.
- Mmm, pues no se la verdad es que ninguna me convence. ¿Existe alguna otra opción?
- La de alma errante, pero van a intentar matarla constantemente. Desde luego es la más estresante.
- ¿Le importa si me quedo aquí un rato decidiendo?
- ¿Que se cree que tenemos toda la eternidad?
- Hombre, eso pensaba.
- O decide usted o decido yo.

Se vio obligada a hacer la elección de su vida a base de lanzar una moneda. Cara cielo, cruz infierno, canto alma errante. Y así pasó el resto de sus días, condenada a vagar por el mundo, huyendo del demonio y escapando de los ángeles…

martes, 20 de abril de 2010

La chica del paraguas rojo.


La chica del paraguas rojo lloraba desconsolada, pero sus lágrimas no destacaban en medio de la lluvia torrencial. Estaba empapada. Llamó mi atención. Llevaba unos tacones altísimos color carmín, al igual que sus labios. No se movía, no se inmutaba al notar la lluvia caer, prácticamente estaba catatónica. Me acerqué, supongo que guiada por mi espíritu médico, por si necesitaba ayuda.

Le pregunté si estaba bien. La chica me miró con sus enormes ojos rojos y preguntó ¿me ves? Yo me sorprendí obviamente, el hecho de dirigirme a una persona implica, en mi lógica absoluta, tener consciencia de que esta allí. Me acuclillé intentando zafarme de la lluvia.
-          Si, te veo.
-          ¿No soy invisible?
-          ¿Deberías serlo?
-          Eso creía.
-          Dudo que una persona con un paraguas rojo pueda ser invisible.
-          Me siento así.

Dudé un instante sobre que debía hacer, pero la lluvia era demasiado intensa y como siempre andaba con prisa. La dejé sentada y eché a andar. Antes de llegar a la esquina mi conciencia me dijo que no podía dejarla sola. Volví para intentar convencerla de que, aunque solo fuera por su salud, se resguardara, hasta incluso me ofrecía a acompañarla a una cafetería a hablar. No había nadie en aquel banco. Sorprendida me cuestioné si la lluvia no me habría confundido y busqué por toda la plaza. Aquel paraguas debía verse. Un gran frenazo, acompañado de aquel sonido característico de accidente me sobresaltó. Pensé en la chica del paraguas rojo deambulando, inconsciente, sin rumbo...

El conductor salió frenético del coche. Allí  no había nadie.  Solo un paraguas rojo, lo cogí asustada. El conductor me gritó una ristra inaudible de insultos por mi supuesta irresponsabilidad, hasta incluso dijo que si no era capaz de controlar mi paraguas me comprara un chubasquero. Claro que podía controlar mi paraguas, ¡Pero es que no era mío!. Volví a la plaza en un nuevo intento de encontrar a aquella chica pero fue inútil.
Llegué a casa empapada, confundida, aturdida y enfadada. Al ir a cerrar aquel maldito paraguas me di cuenta de que llevaba algo escrito. Al hablar con la chica en la plaza no me había percatado. Lo abrí salpicando todo el portal. Era difícil de leer, como si lo hubieran hecho con bolígrafo. A pesar de todo logré descifrarlo.

“Tantas cosas tienes que hacer en tu vida, que no te das cuenta, pero te has vuelto invisible para ella, y lo desgraciado es que la vida, cuanto menos te lo esperas, ya se ha acabado“.
Nada tenía sentido, cerré el paraguas lo lancé al rellano y subí corriendo las escaleras, no tenía tiempo para esperar al ascensor…

Por iniciativa del cuentacuentos