viernes, 8 de octubre de 2010

No te muevas.

Cerró los ojos para tratar de parecer dormido. Ella cogió sus cosas y atravesó la puerta sin mirar atrás. Se levantó. Miró por la ventana, la veía alejarse por la calle. Encendió el ordenador, puso algo de música. Respiró profundamente. Se sirvió un vaso de whisky. Se sentó frente a la misma ventana, observando la calle. Aquella noche había llovido intensamente y todo estaba mojado, hacía frío en la calle, la ventana empañada transformaba la realidad. Se volvió a llenar el vaso. Instantáneamente el corazón le dio un vuelco. Era ella. Volvía. Se acercó a la ventana y con el puño hizo un pequeño círculo. Ella le vislumbró y echó a correr. El fue a abrir la puerta, ella llegó cual brisa de verano en un día caluroso. Se besaron, se tocaron, se abrazaron… pasaron el resto de la noche juntos, y así noche tras noche, hasta que el amor los consumió…

Abrió los ojos. El aire estaba cargado de alcohol y tabaco. No sabía cuántas horas había dormido. Se giró en su búsqueda. Ella no estaba. En su intento de no molestarla durante su cobarde huida se había quedado dormido. Se había quedado quieto viendo como se marchaba. No había hecho nada por evitarlo. Podía no ser el amor de su vida, podía no ser más que la persona que le hiciera feliz durante años, su nueva mejor amiga, o una persona de la que aprender alguna valiosa lección de la vida, pero por el miedo a equivocarse… perdió su oportunidad.

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