viernes, 21 de mayo de 2010

Escapar.

La torre estaba oscura y los grilletes demasiado flojos. Estaba desorientada. No recordaba que había pasado en las últimas horas, probablemente se habría desmayado. Apenas lograba oír nada. Estaba hambrienta, llevaba días sin comer, y aquel insoportable olor a orín solo hacía que provocarle náuseas. Su boca estaba seca, estaba deshidratándose. Le dolían los ojos de tanto llorar, sus pupilas, dilatadas, intentaban enfocar algo pero resultaba difícil teniendo como único apoyo la la luna y una luz intermitente colándose por las rendijas de las diminutas ventanas. Decidió que ya era hora de salir de allí. La puerta estaba abierta. No contaba con ella fuera a liberarse. Con un último esfuerzo se zafó de aquellos grilletes, desgarrándose las muñecas, estaban llenas de heridas pero no le dolían. Solo pensaba en correr. Pero ¿A dónde? se preguntó. Había planeado la manera de salir de aquella celda, pero no la de abandonar aquel lugar. ¡Si ni tan siquiera sabía donde se hallaba! Aun así empezó a andar, se notaba desfallecida pero su adrenalina hacía el resto. Bajó las escaleras sigilosamente y llegó a un gran pasillo con un ventanal al final. Avanzó hacía el con afán de poder localizar una salida. No podía creerlo. ¡Estaba en un faro en medio de una isla! Vislumbró una lancha motora en un pequeño embarcadero. Se quedó paralizada. Aguzó el oído. Escuchaba pasos acercándose. Llevada por el miedo no dudó un momento. Saltó. No pensaba volver a dejarse atrapar. Era preferible acabar contra las rocas que seguir allí…

Por iniciativa del www.elcuentacuentos.com

1 comentario:

  1. Me ha gustado tu historia, además su brevedad hace la lectura más intensa y condensas los acontecimientos y cada pensamiento de la prisionera con destreza. ¡Enhorabuena!

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